28 de Noviembre: ¿las elecciones de la abstención?

Queda una semana para las elecciones autonómicas y todavía estoy dándole vueltas a la cabeza sobre cuál será el contenido de la papeleta que debería depositar en la urna el próximo Domingo 28. Y lo que es peor: por primera vez me estoy planteando seriamente la abstención, opción que siempre he rechazado y he combatido, aunque solo sea por la obligación moral que entiendo que tengo con todos aquellos que lucharon para hacer posible que pudiéramos expresar nuestra voluntad en el marco de un sistema democrático. Porque este sentimiento lo tengo muy presente y porque sé que Catalunya se juega mucho en estas elecciones, sigo haciéndome estas reflexiones: sé que debería ir a votar, pero la abstención me tienta. Y no es por desinterés o por irresponsabilidad, como podréis suponer, sino porque estoy confundida. Y decepcionada. Y cabreada. Y no debo ser la única. No sé si el resto de los que son llamados a las urnas el 28 de Noviembre han votado nunca en estas condiciones. Para mí, al menos, es una novedad.

Estas elecciones deberían servir para estampar en las narices de los políticos, los de dentro y los de fuera, el cabreo, la decepción y el malestar de los catalanes, sentimientos que no solo están provocados por los cuatro últimos años de gobierno del Tripartito, sino por la actuación política hacia Catalunya de los partidos estatales, de los que gobiernan y de los que querrían hacerlo. La crisis económica, sus repercusiones y la manera cómo se están gestionando también serán determinantes en la decisión de los votantes y, por tanto, jugarán un papel importante en los resultados que salgan de estos comicios. En este sentido, estoy convencida de que lo que expresamos los catalanes en las urnas servirá, en buena parte, como precedente de lo que puede suceder en las próximas elecciones generales. Ir a votar en un país que vive la peor crisis económica que hemos conocido la mayoría no es el mejor de los escenarios. De esto, y también de la cuestión de la inmigración sacarán votos baratos y populistas partidos como Plataforma per Catalunya y el propio Partido Popular. Los partidos que defienden postulados xenófobos y racistas, que hasta ahora estaban más o menos camuflados, ya levantan la voz y quedarán totalmente al descubierto después de estas elecciones, si tienen razón las encuestas que les otorgan representación parlamentaria. No me sorprende, porque esta es también la sintonía que está sonando en otros países europeos. ¿Qué pienso al respecto? No estoy de acuerdo con lo que dijo la candidata del PP en Catalunya, Alicia Sánchez-Camacho, en el sentido de que «En Catalunya no cabemos todos. Pero tampoco apoyo la actitud política con la que se ha gestionado la cuestión de la inmigración desde hace una década, con despreocupación, sin ninguna previsión, considerando a los inmigrantes como piezas de un tablero económico que servían mientras tenían una función y que después nos sacamos de encima cuando no sirven. Como en todo, también en este caso se ha gobernado y legislado sin ningún tipo de previsión, sin prever los costes económicos y sociales y sin aprender de la realidad de nuestros vecinos europeos. Y eso puede comportar que tengamos que ver a individuos de extrema derecha sentados en escaños de nuestro parlamento, una imagen que yo quisiera reservada sólo para los pesadillas.

Otra cuestión que tendrá un peso evidente en estas elecciones, pienso que debería ser una de las más determinantes, es el modelo de relación que los catalanes queremos tener con el Estado español. En resumen, cómo se repartirá el voto independentista en un momento en que esta opción empieza a salir del ámbito más o menos emocional y se convierte en una opción que una parte importante de los catalanes consideramos viable, tras constatar, porque nos lo han dejado bien claro, que no tenemos cabida en el proyecto autonómico español, que por otra parte está cerrado y superado. El voto independentista, que desde siempre había sido representado por Esquerra Republicana de Catalunya, respondía mayoritariamente a cuestiones identitarias con las que no se sentían representados una parte de quienes viven y trabajan en Catalunya (ésta es la definición de «catalán» que un día dio Jordi Pujol). Pero es obvio que amplios sectores de la sociedad catalana han entendido que aquél «Adiós España» que se vio y se escuchó en la manifestación del 10 de Julio va más allá y responde a cuestiones no sólo de identidad . La opción independentista creo que ahora mismo es mucho más plural porque, por suerte o por desgracia, las razones que los catalanes podemos tener para desear formar parte de un nuevo estado son muchas. Y aunque Montilla hable de la «desafección» de los catalanes hacia España, yo diría que es más bien al contrario. Si dejamos de lado cuestiones tan importantes como son el derecho de los pueblos a decidir y a gestionar su futuro, la situación de agonía cultural y lingüística en que nos encontramos o los agravios históricos no resueltos (de ello, en España no quieren oír ni hablar, porque dicen que siempre hacemos el llorica y que ya es suficiente), hay muchísimas razones por las que cualquier persona que viva en Catalunya, sea nacida o no aquí, puede querer vivir en un país mejor. Pero los españolistas, a los que ya les parece bien el modelo de relación con el estado que tenemos actualmente, son los que, precisamente, utilizan sólo cuestiones identitarias para defender su postura. Porque se sienten muy españoles, centralistas y monolingües, porque el castellano es para ellos la única lengua con valores superiores (como afirmaban sin ningún rubor los firmantes del último Manifiesto por la Lengua, el Nobel Vargas Llosa entre ellos, por cierto), porque mola mucho pasearse con la camiseta de La Roja, aceptan que el Estado español someta a Catalunya a un expolio fiscal descarado e inmoral. Las cifras cantan, aunque ellos quieran mirar hacia otro lado. No quieren saber nada del déficit fiscal o de la falta de inversiones en infraestructuras. Seguro que se sienten muy bien cuando, después de pagar unas autopistas que están más que pagadas, se levanta la barrera de los peajes y no se acuerdan de las fantásticas autovías gratuitas de que gozan otras comunidades . Lo único que les molesta es que los rótulos de esta misma autopista están en catalán y en castellano: ¿por qué no sólo en castellano si estamos en España? No tienen ni idea, ni creo que les importe, de cuál es el futuro que se dibuja para sus hijos, de cuál es la política estatal con respecto a la concesión de becas (los estudiantes catalanes reciben sólo el 5% del total, mientras que los estudiantes madrileños se llevan el 57%). Si dejaran de lado si se sienten más españoles que catalanes o sólo españoles, entenderían que si tuviéramos una seguridad social propia nuestra renta per cápita anual, también la suya, aumentaría en casi unos 3.000 € anuales. No sé si por cuestiones puramente identitarias se puede admitir que el 70 % de los trenes considerados obsoletos circulen por Catalunya. O que se construya un aeropuerto como el de Ciudad Real, por donde no pasa ni Dios, mientras que las inversiones en el aeropuerto de El Prat son de sólo 12,7 millones de euros frente a los 300 invertidos en Barajas. Si una persona vive y trabaja en Catalunya, paga aquí sus impuestos, no en Albacete, en Mérida o Jaén, no puede aceptar agravios como el que se cometió con el AVE, por poner un ejemplo. Si yo tuviera que ir a vivir a las Quimbambas, por muy catalana que me pueda sentir, lo que querría es que la vida en las Quimbambas fuera lo mejor posible, sin perjudicar ni menospreciar a nadie, pero trabajaría y lucharía por hacer del país Quimbambil el mejor lugar para vivir. Y eso no quita que pudiera entrar en éxtasis si escuchara «Els Segadors» (que os aseguro que no sería el caso, no he sido nunca persona de veleidades folclóricas) o que colgara en el balcón una senyera cada fiesta de guardar. Si esto no se entiende, cualquier argumento que se presente será inútil. Pero para los partidos españolistas, para la últimamente llamada «caverna mediática», que no es nueva, sino la de siempre, todo esto es lloriquear y hacerse la víctima. También puede que sea necesario explicar de manera clara estas cifras a aquellos que viviendo en Cataluña, trabajando, pagando sus impuestos, continúan exhibiendo un nacionalismo español incomprensible. Porque el Estado español los está perjudicando, a ellos o a los que son catalanes desde hace treinta generaciones. Se ve que les gusta ser cornudos y apaleados (en catalán, el refrán es “ser cornudo y pagar la bebida, y nunca mejor dicho). Pero hay un importante sector de la ciudadanía catalana que sin haber comulgado del todo con el independentismo hasta ahora, entienden este discurso economicista, que tristemente, en tiempos de crisis, es el que más preocupa. Sobran los despropósitos como el de Puigcercós diciendo que Madrid es una fiesta fiscal y en Andalucía no paga impuestos ni Dios. La primera parte de la afirmación parece tener algo de fundamento, viendo como Ruiz Gallardón ha tenido que ir con el rabo entre piernas a pedirle a Rodríguez Zapatero una refinanciación de la deuda del Ayuntamiento madrileño. En cuanto a los andaluces, está claro que pagan impuestos, es obvio. Pero lo que reciben a cambio de sus impuestos es infinitamente superior a lo que se recibe aquí, donde la cantidad que pagamos es también infinitamente superior. Pero, ¡es verdad! Decir eso es ser insolidarios. Pues yo diría que admitir que esto suceda en nombre del patriotismo españolista es ser imbéciles. Basta de demonizar al nacionalismo que desde el centro llaman «periférico» cuando los españoles practican el nacionalismo más rancio y excluyente. Basta de identificarlo con el fascismo y de comparar los partidos independentistas con la Liga Norte italiana, cuando desde el nacionalismo se ha luchado siempre por el progreso y la democracia. Las razones para optar por el voto independentista son muchas: las identitarias (asfixia cultural y lingüística, derecho a la autodeterminación) y las económicas y sociales. Podemos elegir las que queramos. A mí me afectan todas. Hay que estar ciego para no ver lo que interesa a España de Catalunya. Se llenan la boca hablando de España como de una «gran familia», pero por lo visto, hay hijos de primera e hijos de segunda. ¿Quién querría formar parte de una familia donde se siente despreciado? Creo que el tiempo en que Catalunya ha hecho de motor de España tiene que acabar. Que arranquen de una vez, pero sin mi dinero.

Tras la manifestación del 10 de Julio parecía que algo se movía en Catalunya, que la voluntad de reafirmación y de plantar cara era firme. Por primera vez me planteaba dar mi voto a un partido independentista. Ahora ya no estoy tan segura de ello, no porque mis ideas hayan cambiado, sino porque no acabo de sentirme cómoda con ninguno de los tres partidos que representan esta opción. ERC ha estado en el Tripartito durante dos legislaturas y solo nos ha demostrado que, como siempre, acaba traicionándose a sí misma, que ya es lo último. Y los dos nuevos grupos que hacen suya de manera clara y abierta la opción por la independencia, Reagrupament y Solidaritat Catalana, mucho me temo que contribuirán a fragmentar el voto que escoja esta alternativa. Decepcionante, en definitiva.

Artur Mas, al frente de CiU, se apunta ahora al discurso más o menos independentista. Es sospechoso, como mínimo, cuando CiU no ha hablado nunca claro al respecto. Y por eso no me lo creo. Nos guste o no, tenemos todos los números para ver a Artur Mas instalado en el Palau de la Generalitat. Los primeros que lo tienen claro son los del PSC, que se han dedicado a reírse de él sistemáticamente y a utilizar medios muy poco elegantes para descalificar al candidato convergente, empezando por el eslogan «Artur Mas de lo mismo» y continuando con el vídeo en el que, al ritmo de la canción «Despeinado», de un tal Palito Ortega, hacen un recorrido por la trayectoria política de Mas a través de diferentes estilos de peinados. Feo y poco serio, si se me permite decirlo. El ingenio que gastan lo podrían aplicar a explicarnos cómo piensan solucionar el follón económico y social en que nos han metido en estos últimos cuatro años. O a intentar justificar su absoluta sumisión a los dictados del PSOE, traicionando sus propias decisiones, lo que han votado en el Parlamento de Catalunya, que han acabado convirtiendo en un Parlamento de juguete. Qué nivel … Y no, no defiendo a Mas, porque me parece que no representa ninguna opción de cambio. Vuelvo a decirlo: no me lo creo en casi ninguna de sus propuestas electorales. Y todos sabemos, además, que si no llega a la mayoría absoluta, entraremos de nuevo en la política de pactos. Los pactos de CiU con el PP ya los conocemos. Y un pacto CiU-PSC, que es bastante más plausible de lo que muchos creen, acabaría haciendo el país ingobernable. Pero parece que las alternativas de gobierno están totalmente atomizadas entre Montilla y Mas, que serían los únicos con posibilidades reales de llegar a la Generalitat.

Ni me planteo dar mi voto al PSC, tengo tantos motivos para no hacerlo que os aburriría, pero correré el riesgo y os daré unas cuantas. Porque en contra de lo que debería haber hecho, no ha sabido defender los intereses de las clases medias y trabajadoras. Porque es totalmente subsidiario de los dictados del PSOE y ha traicionado a gran parte de sus bases en Catalunya. Porque ha permitido que nos convirtamos en una colonia y encima, tenemos que estar satisfechos de ello. Porque si de verdad es un partido de izquierdas y que trabaja para los menos favorecidos, debería darse cuenta de que el modelo de relación con el Estado español que defienden perjudica precisamente a las clases populares, a los trabajadores, a los pequeños empresarios autónomos, a los profesionales liberales, a los funcionarios, a todos aquellos que no llegan a final de mes y que tienen que subvencionar un Estado en quiebra. Porque su discurso cobarde y pseudocatalanista ya no engaña a nadie. Porque han hecho la peor gestión de la crisis económica que se podría imaginar y porque pretende comprar votos con proyectos como el de la subvención a los nini’s que me parece inmoral. Y porque, off the record, algunos de los políticos más destacados del partido, los que representan el sector tradicionalmente más catalanista, los más maragallianos, por decirlo de alguna manera, critican de manera clara la gestión política de este hombre que ha llegado a presidente de la Generalitat sin más aval que haber sido siempre el perro fiel de su amo, del que ha tocado en cada momento.

Los partidos como el de la expopular Montserrat Nebrera, el engendro llamado «Ciutadans» (las encuestas les otorgan un escaño más que en 2006, y eso produce arcadas) o el españolista UPyD de Rosa Díez (que acabaremos viendo apoltronada en las filas del PP haciéndole la competencia en casposidad a la mismísima Esperanza Aguirre si su proyecto no le acaba de funcionar, y si no, al tiempo) es obvio que sacarán votos de este sector que antepone las cuestiones identitarias a su bienestar económico y social. Son aquellos que juran y perjuran que los castellanoparlantes son perseguidos, que el castellano no se habla en Catalunya, que estamos llevando a cabo una especie de limpieza étnica simbólica, que se sienten felices con la camiseta de La Roja y el «torito» en el coche «tuneao», que mienten como bellacos y lo saben, que fomentan la discordia, el malestar, el enfrentamiento y los estereotipos. Aunque esto les cueste 60 millones de euros diarios. Estos partidos sacarán votos «populacheros», en el mismo sentido que Plataforma per Catalunya lo puede hacer explotando el tema de la inmigración.

Ante todo esto, no sé si a alguien le puede sorprender que la abstención sea la alternativa escogida por, dicen, entre un 40% y un 55% del electorado. La tendencia abstencionista afirman que favorece a Mas y a los partidos independentistas, ya que si la participación fuera baja, Solidaritat podría tener representación parlamentaria. No me fío mucho de las encuestas, pero como la voluntad abstencionista suele estar oculta, es probable que el porcentaje sea más alto de lo previsto. Y estoy segura de que el grueso de esta abstención lo nutrirán personas que han sido tradicionalmente votantes del PSC. Porque están hasta las narices, porque «pasan», en definitiva. Las mismas encuestas dicen también que todavía hay entre un 35% y un 40% de indecisos, de potenciales electores que aún no han decidido su voto. Entre ellos, yo misma

Me gustaría poder «pasar», abstenerme, pero sigue pareciéndome irresponsable. Quisiera tener las ideas más claras, ser un poco más crédula, no sentirme avergonzada por la campaña que están llevando a cabo algunos partidos para los que parece que más que electores seamos simplemente «audiencia», espectadores de un ridículo «Gran Hermano «. Me parece lamentable el orgasmo que en su publicidad dicen los del PSC que nos provocará votar Montilla. Pues mira qué bien. Me avergüenza escuchar las descalificaciones gruesas y poco elegantes que se dirigen unos a otros, tener que contemplar a la pandilla de “Ciutadans” en pelotas, no doy crédito al videojuego pepero donde se dispara contra inmigrantes. No se está haciendo campaña política, sino publicidad pura y dura.

¿Comprendéis por qué me tienta la abstención?

 

Pero, ¿a qué co…. estáis jugando en Madrid?

Es la pregunta que le he hecho esta semana a un cargo municipal del PSC tras asistir incrédula al bochornoso espectáculo que han protagonizado los diputados de este partido en el Congreso de los Diputados. Si el PSC tenía todavía algún crédito político, si mantenía una pizca de credibilidad, la acaba de perder por su actuación cobarde y electoralista: ¿qué otros adjetivos se merecen los que votan en Madrid en contra de una resolución que los diputados de su mismo partido habían aprobado en el Parlament de Catalunya?

Reconozco que mis expectativas en relación a cuál sería la posición del PSC cuando tuviera que hacer una traducción política de la respuesta que los ciudadanos catalanes habíamos dado el 10 de Julio a la resolución del Tribunal Constitucional sobre el Estatut no eran altas. Me preguntaba con escepticismo, también, si los partidos catalanes serían capaces de mantener la unidad que se juzgaba tan necesaria para mantener íntegro el texto del Estatuto. Sin embargo, un sector cada vez más amplio de la ciudadanía consideraba superada la vía estatutaria, porque si el estado de las autonomías no podía ir más allá, se tenían que buscar las alternativas que hicieran viable la existencia de Catalunya como nación. Los catalanes esperábamos, más con recelo que con expectación, lo que serían capaces de atar, coser o zurcir los políticos, aunque  ya lo he dicho antes, las miradas de miles de hombres y mujeres estaban puestas más allá de un estado español claustrofóbico y de una constitución estrecha donde ya nos habían advertido que no teníamos cabida fuera de su interpretación de lo que éramos y teníamos que ser en el futuro.

Parecía que los partidos, PSC, ERC, ICV- EUiA y CiU, superando sus diferencias y para mantener una coherencia con lo que habían defendido, consiguieron llegar a un acuerdo de mínimos para aprobar una resolución presentada por Montilla, que ratificaba el preámbulo de el Estatuto, sí, el famoso preámbulo que el Tribunal Constitucional había dejado sin validez política y que define Catalunya como una nación. El acuerdo se consiguió con 115 votos a favor y los previsibles 18 en contra de PP y Ciutadans. CiU y ERC dejaron claro que votaban la resolución por coherencia y para salvar la imagen unitaria de la clase política catalana. Puigcercós veía la resolución presentada por Montilla como «insuficiente», pero Esquerra Republicana, en una línea a la que no nos tienen demasiado acostumbrados, justificó el voto favorable de su partido para no obstaculizar la unidad. Artur Mas también usaba la «coherencia» con el compromiso que su partido había adquirido y apoyó el texto presentado por el presidente de la Generalitat. La lectura que pudimos hacer, en definitiva, era que los políticos catalanes preferían apoyar una resolución que no gustaba a todos, pero que todos firmaban, antes que no dar respuesta alguna.

¿Serían capaces los partidos de, superando las diferencias, trabajar para este objetivo común? Si alguien nos hubiera hecho esta pregunta a todos los catalanes y catalanas a la vez, supongo que se habría extendido por el país una carcajada irónica e incrédula. Pero, en fin, la resolución de Montilla no era para lanzarse cohetes, todos los grupos que la firmaban, excepto el PSC, supongo , habrían dado más pasos adelante al tratar el tema del autogobierno, pero serviría para, desde una postura impecablemente democrática, desautorizar el TC, no renunciar a lo que, de entrada, nos parece irrenunciable (nuestra condición como nación, y, finalmente, para dejar solo al PPC, para aislarlo, igual que se hizo en 1978 con Alianza Popular cuando tenía que pactar la Constitución. Por cierto, las intrigas, los pactos, las puñaladas, el consenso tan alabado y también la falta de consenso tan olvidada, en definitiva, el proceso para aprobar el texto constitucional, éste que ahora parece intocable, inamovible, casi de inspiración divina (no hay más Dios que la Constitución y el PP y el TC son sus profetas), merecería un comentario aparte, tengo que acordarme de escribirlo algún día, porque no tiene desperdicio).

PPC y Ciutadans, por supuesto, se desmarcaron de esta resolución. Dolors Montserrat, la portavoz parlamentaria de los populares, afirmó que «sólo el PPC defiende la Constitución en Catalunya», a la vez que acusaba Montilla «de excluirlo » y de «movilizarse contra el Estado de derecho» . O sea, el discurso de siempre, ellos son los vigías de la legalidad constitucional y de la «indisoluble unidad de la nación española». Albert Rivera, el presidente de ese engendro llamado Ciudadanos-Ciutadans, que me apuesto lo que queráis nació una noche en la que los «prestigiosos intelectuales catalanes» Félix de Azúa, Albert Boadella, Ivan Tubau y Arcadi Espada se les ddebía ir la mano con el Jack Daniels, declaró que la resolución presentada por Montilla incluía el preámbulo íntegro del Estatut que el TC había deslegitimado judicialmente .

¿Algo nuevo? No. ¿Se estaba haciendo política en la línea de siempre? Claro. Pero haber llegado a un acuerdo unitario entre los partidos catalanes ya era un paso, decían unos. Otros, nos encogíamos de hombros. Pero el escepticismo se cernía sobre la mente de todos los catalanes y catalanas, porque las cosas, cuando se toman con imperdibles o se zurcen, se acaban rompiendo. Esta unidad cogida con pinzas se rompió cuando el pasado 19 de jJlio los diputados del PSC en el Congreso rechazaron esta resolución que sus colegas habían aprobado en el Parlamento de Cataluña. Kafkiano, ¿no os parece? Estos diputados en los cuales muchos confiábamos que harían gestos y darían pasos para hacer sentir, al menos, la voz de los propios votantes del PSC comprometidos con un cambio de relaciones con el estado español (ya lo sabemos, que no sois independentistas, que no érais de los que el Sábado 10 de Julio gritábais IN-INDE-INDEPENDENCIA, pero estabais allí, ahora no intentéis justificar lo injustificable) se bajaron los pantalones (no sé si literalmente) y cedieron a las previsibles presiones de su amo, el PSOE. La pretendida unidad de los partidos catalanes como respuesta a la sentencia del estatuto se había hecho añicos en el Congreso. El grupo del PSC en el Congreso rechazó las tres propuestas de CiU, ERC e ICV, que añadían el texto literal de la declaración aprobada en el Parlamento. Pero lo que es más increíble, lo que no entiende se mire por donde se mire, es que el PSC presentó su propia proposición, pactada con el PSOE, que no incluía el texto que habían aprobado sus diputados en Catalunya. Es decir, lisa y llanamente, que votaron en contra de la resolución que Montilla había presentado días antes. Si alguien tenía esperanzas en el papel que el PSC podía jugar en un escenario político diferente para Catalunya, estaba muy equivocado. La sumisión al PSOE por no soltar su ubre electoralista correspondiente se ha hecho tan evidente que no comprendo cómo pueden, aún , ir por el mundo con la cabeza alta.

Según palabras del diputado Eduardo Madina, los socialistas han presentado un texto que reconoce la plena legitimidad del TC para emitir sentencia sobre los recursos que se presentaron contra el Estatuto (¿sí? ¿Este TC que tenemos tiene legitimidad para algo?) y nos recuerda la obligación de acatar su resolución, aunque admite que los catalanes tenemos derecho a opinar. Gracias, hombre, faltaría más. Queréis organizarnos la casa y encima no podemos ni dar nuestra opinión. Resumiendo, tenemos derecho a la pataleta, nos han dicho , pero no creamos que vamos a conseguir nada más. Y eso lo han votado los diputados del partido que gobierna Catalunya desde la Generalitat y en muchísimos ayuntamientos. ¿O tal vez no son ellos, en realidad, quienes gobiernan? Quizás esto será propio del juego político, sucio, la mayoría de veces. Para un ciudadano de a pie, es tener cara dura, ni más ni menos.

Josep Sánchez Llibre, en nombre de CiU, se reitera en la voluntad de su partido de defender el contenido del estatuto y considera que ningún tribunal puede decidir sobre las aspiraciones de autogobierno de Catalunya. Sí, de acuerdo, todo muy emotivo. Por su parte, Joan Tardà, portavoz de Esquerra Republicana declaró que como Catalunya parece no tener cabida en su interpretación de la Constitución, por no tener que cambiarla, pretenden cambiar Catalunya. Joan Herrera, de ICV, pedía compromisos y fechas, un calendario para desarrollar el estatuto y el autogobierno. Y yo me pregunto : ¿qué estatuto? ¿El que nos han devuelto? Y ¿qué autogobierno? ¿No nos han dejado bien clara la «indisoluble unidad», etc, etc?

Desde el PSC parece que se levantan voces «críticas»que, dicen, defenderían un cambio de liderazgo y del tipo de relación establecido con el PSOE. Los nombres de dos consellers de la Generalitat, Joan Castells y Montserrat Tura, suenan insistentemente a cabeza de esta corriente crítica y catalanista dentro del PSC. Pero, de momento, lo que se muestra a los ciudadanos es que nadie cuestiona nada, no hay gestos públicos, sino política soterrada y estrategias internas. Están esperando las elecciones autonómicas de otoño y una previsible caída del PSC en número de votos y, como que «rodarán cabezas», ése será el momento idóneo para poner sobre la mesa alternativas y cambios. Continúo diciendo que no es una política honesta ni transparente.

Por otra parte, el PSOE puede que ni se plantee que la política hecha por los socialistas catalanes le reste votos. Saben que un sector de sus votantes en Catalunya son ajenos a la cuestión del estatut. Y que si pierden votos, no será porque su electorado se sienta decepcionado por su política en esta cuestión concreta. Son conscientes de que muchos votantes del PSC votan este partido porque no pueden votar PSOE, votan a Montilla porque no han podido votar directamente Zapatero, como hace años no podían votar a Felipe. Si estos votantes les dan la espalda será como consecuencia de la crisis económica y de las cifras galopantes de paro, pero no por un mayor o menor autogobierno en Catalunya.

Mientras el PP se autoproclama como el mesías que debe llevar a los españoles por un camino común (cada vez más estrecho, pedregoso y humillante para los catalanes) y el PSOE, a pesar de los gestos «a posteriori», ya dejó claro que las cosas le iban bien tal como estaban, el horizonte que se dibuja en Catalunya parece cada vez más nítido: el camino por donde nos quieren llevar no es el nuestro y no nos conduce a ninguna parte. Los políticos hacen gestos, pero no se mojan, no se definen, no nos dicen claramente cuáles son sus objetivos, tienen los ojos puestos en las elecciones y cruzan los dedos para que las vacaciones apaciguan los ánimos. Quizás tienen razón los que creen firmemente en la superación de los límites que nos han impuesto y tengamos que buscar voces nuevas que representen nuestras aspiraciones legítimas. Como ciudadanos posiblemente tendremos acostumbrarnos a un nuevo tipo de política, aquélla en la que tengamos una participación más directa y activa, como el proyecto realmente ilusionante de Solitaridat Catalana per la Independència (1), con voces tan lúcidas como la de Alfonso López-Tena. Pero eso, imagino, sería objeto de otro debate.

Este debate, finalmente, tendrá que resolverse en las urnas el próximo otoño. Y será necesario que meditemos con calma a quién le estamos cediendo las riendas de la situación cuando decidamos nuestro voto. Porque nuestras decisiones pasadas son las que han llevado al convencimiento a los españoles que Catalunya no tiene que aspirar a nada que sobrepase los límites de una administración política estatal formada por comunidades autónomas con un desarrollo más o menos uniforme. Si no entienden por què esto nos resulta insificiente es porque otorgamos nuestra representatividad a partidos que defienden que ése es el único marco institucional posible y lo han defendido de manera reiterada de extremo a extremo del espectro ideológico. ¿Por qué nos sorprende ahora que las instituciones españolas hagan prevalecer su legalidad jurídica para recortar del estatut todo lo que no está previsto en su marco legislativo?

Si decidimos ir a votar o nos abstenemos, y aquello que votemos es nuestra responsabilidad. Imaginémonos el escenario, el horizonte de que hablaba más arriba y reflexionemos sobre qué opciones políticas creen en lo que una parte importantísima de los catalanes creemos y, además, lo defenderán más allá de gestos emotivos. Y los que no estén de acuerdo, por supuesto, que actúen también en consecuencia. Pero si no somos conscientes del momento político e histórico que estamos viviendo y de la responsabilidad que supondrá meter una papeleta en las urnas precisamente en estas elecciones autonómicas, lo único que volveremos a tener es el derecho a la rabieta y a llenar, si eso nos consuela, las paredes de toda Catalunya de «senyeres» y «estelades». Pero volveremos a estar metidos en el camino pedregoso y estrecho de la «España unida e indisoluble» amte los ojos de los que consideran que tenemos la obligación de «acatar» con más o menos resignación (allá cada uno con su capacidad de sacrificio y de paciencia) los límites que con tanta prepotencia y desconocimiento de nuestra realidad nos han marcado.

La cuestión es bien sencilla: si no encontramos salida a la situación a la cual nos ha conducido el estado español y hemos reivindicado lo que somos, lo que queremos y a lo que aspiramos desde posturas diversas, tendríamos que empezar a olvidarnos de los zurcidos y los parches que ahora pretenden ponernos, a posteriori, los que ahora se dan por enterados del «profundo malestar reinante en la sociedad catalana» y nos quieren convencer con interpretaciones positivas de la sentencia cuando ya habían dado por finiquitado el asunto. Por eso, nuestras decisiones futuras tendrían que ir en consonancia con nuestras reivindicaciones presentes y tendremos que ser capaces de escoger a los compañeros de viaje más idóneos.

(1) http://solidaritatcatalana.cat/

Manifestación del 10-J: una semana después

Ayer se cumplió una semana de la manifestación que con el lema “Som una nació, nosaltres decidim” (Somos una nación, nosotros decidimos) convocó a los catalanes a salir a la calle para expresar su rechazo a la sentencia del Tribunal Constitucional que recortaba el Estatut aprobado en referéndum hace cuatro años. Asumo que he escrito una introducción neutra y objetiva, y lo he hecho de manera totalmente intencionada. Porque después de una semana, los comentarios, las reflexiones y las críticas ya han extendido por la red y por los medios de comunicación sus dosis pertinentes de política, sentimiento nacionalista (español y catalán ), análisis histórico, manipulación informativa, ironía y mala leche.

Tenía que digerirlo antes de ponerme a escribir, aunque durante esta semana sí que he dejado algún comentario a opiniones y reflexiones de otros bloggers (algunos de una lucidez que me ha impactado ).

http://1mes1iguala3.wordpress.com/2010/07/14/no-els-espereu-no-hi-seran/ 

Ha sido una semana durante la cual he procurado seguir lo que se decía en la prensa y en la televisión. He hablado del tema en casa, con los amigos y conocidos, he escuchado a los que fueron a la manifestación y a los que no acudieron, he valorado sus motivos y los he contrastado con los míos, los que sí que hicieron que me decidiera a estar en medio del Passeig de Gràcia un Sábado por la tarde a 36 º de temperatura. He recordado las conversaciones que mantuve aquella tarde con personas que no conocía de nada mientras esperábamos que la famosa cabecera de la manifestación se moviera (dos horas parados entre las calles Provença y Mallorca dan para mucho). Como si estuviera haciendo una digestión lenta, me he tomado mi tiempo antes de lanzarme a la piscina y dar mi visión de los hechos.

Los que estaban y los que no estaban

Durante los días inmediatamente anteriores a la manifestación, se hacía evidente la existencia de un sentimiento de «duda» sobre si responder o no a la convocatoria.  Parecía que algunos tenían muy claros los motivos para actuar en un sentido o en otro. Había los que no se sentían representados por el lema de la cabecera (Som una nació) y también los que oscilaban entre un sentimiento «de traición» a Catalunya si se quedaban en casa a mirar la manifestación por la tele, iban a la playa o preferían sentarse en una terraza a tomar unas cervezas, y el disgusto por una convocatoria que consideraban politizada y con una finalidad claramente electoralista que, decían, los manipulaba y utilizaba. El espectáculo dado por los políticos a raíz del lema de la manifestación, de la posición que debían ocupar en la cabecera o detrás de qué bandera tenían que caminar imagino que no los ayudó a aclararse. De todas maneras, empiezo a ver claro, después de una semana, que los que rechazaban la rentabilidad política de la manifestación han sido los que, en definitiva, hicieron una clarísima lectura en clave política, antes incluso de haber tenido lugar la manifestación. Quien consideraba Òmnium una sucursal de Convergència i Unió, calculaba cuántos votos daría la manifestación a Esquerra Republicana, imaginaba el papel posterior que tendrían los políticos, es obvio que no, que no tenían claro por qué se tenía que salir a la calle. Sin embargo, la postura de quienes respondieron a la convocatoria como la de quienes decidieron no hacerlo es totalmente respetable y legítima, sólo hay que tener claro de verdad por qué sí o por qué no. E intentar no caer en demagogias fáciles .

Yo sí estuve allí

Quizás porque me pudo más el corazón que la cabeza. Y me alegro, era una sensación que tenía un poco olvidada. Estuve allí a pesar de los políticos o precisamente por su causa. Porque no quería que fueran ellos quienes representaran en exclusiva la voz de un porcentaje importante de la ciudadanía. Ciertamente, estos políticos que encabezaban la manifestación no eran unos compañeros de viaje muy cómodos, eso si que era fácil de percibir, no lo eran ni siquiera para los que militan en uno u otro partido .

Pienso que no me equivoco si afirmo que la inmensa mayoría de los que estábamos allí, parados, sin avanzar porque la cabecera «política» no se movía, no nos sentíamos representados por esos políticos, no era por ellos que soportábamos aquel calor de pie cuando podríamos haber estado en la playa o en el sofá de casa con el aire acondicionado, haciendo cábalas sobre las repercusiones políticas, las ulteriores alianzas, los bailes de cifras de asistentes, la reacción española, todo lo que se ha ido escribiendo ya a lo largo de una semana sobre todo por parte de quien lo miró por televisión o, directamente, ni lo vio. Esa imagen que ahora me parece llena de connotaciones tan significativas, la de los políticos parados y la gente esperando, pero con ganas de avanzar, de seguir adelante, de llegar al final, la formábamos personas que no nos sentíamos comprometidos por una lealtad política, militante o electoralista. A la mayoría nos había podido el corazón, un sentimiento difícil de explicar. Allí había gente mayor y gente joven, parejas con niños, catalanes hijos de catalanes y catalanes hijos de inmigrantes, independentistas y gente que no acababa de ver claro lo de IN-DE-INDEPENDENCIA, que se oyó repetidamente esa tarde, gente que habla catalán en casa y gente que tiene el español como lengua materna, los que leen El País y los que leen La Vanguardia, los que al día siguiente seguirían la final del Mundial y animarían a «la Roja» y los que no lo harían, los que habían tenido claro desde el principio que tenían que estar allí aquella tarde y los que habían tenido dudas hasta el último momento. Allí había un millón largo de personas, guste o no, Aguantando un calor infernal, avanzando tres o cuatro pasos en una hora, llenando el Passeig de Gràcia y las calles adyacentes con banderas o ”estelades”, pero compartiendo un mismo sentimiento y una misma finalidad: el rechazo a una sentencia que nos decía que sólo somos y existimos en función de una categoría que es la superior, la de los españoles, la única real y legítima, que a pesar de haber dos lenguas oficiales, sólo existe la obligación de saber una, el español, que nos niega cualquier derecho histórico y nos dice que cualquier derecho que tengamos deriva únicamente de una constitución votada hace 31 años. Si algo se respiraba allí era la pluralidad y la diversidad de esa sociedad que se estaba moviendo, desde planteamientos ideológicos distintos: los independentistas, los que nunca se habían planteado la ruptura con el estado español, los que incluso apoyarían un estado federalista, los que estuvieron en la manifestación de 1977 y los que nunca antes habían asistido a ninguna. Los ancianos, incluso algunos en sillas de ruedas, los jóvenes y los niños con sus padres. De manera cívica y tranquila, todos respondíamos a una situación que nos cerraba puertas, blindaba nuestras posibilidades políticas y nos devolvía un estatut peor que el de 1979. No se podía seguir ignorando el sentir de una gran parte de la sociedad catalana.

Baile de cifras

Lamentable el espectáculo que se ha dado jugando con las cifras de asistentes a la manifestación con el único objetivo de restar legitimidad a la voz de los que estábamos allí. Durante la manifestación, cuando veíamos los helicópteros sobrevolando el Passeig de Gràcia y que se suponía que estaban calculando la participación, hacíamos bromas entre nosotros sobre este tema, basándonos en los datos que escuchábamos por la radio: » Cifras de participación : según la organización, 1.500.000 millones; según la Guardia Urbana, 1.100.000; según el periódico El País, 800.000 manifestantes, según El Mundo, cuatro exaltados separatistas». Cuando llegamos a la Plaza Tetuán, casi a las nueve de la noche, sudados y derrotados y con los pies que no nos los sentíamos, nos sentamos en un bar para recuperarnos. Fue entonces cuando alguien dijo: «Según El Mundo, casi un millón de manifestantes» . Bueno, si El Mundo era capaz de reconocer esa cifra, estaba claro que se había superado, comentamos. Entonces ¿de donde salen los números que corren por Internet y por algunos medios de comunicación? Y aún más ¿por qué en las versiones en línea de determinados periódicos o en sitios web donde se comparten noticias se centran sólo en el número de participantes en la manifestación?

Pues porque no interesa saber qué se reivindicaba, no han hecho ni el intento de recoger las opiniones de la gente que llenaba las calles de Barcelona esa tarde. Para algunos, todo parece haber quedado reducido a un infantil baile de cifras. Hay quien nos remite a la empresa Lince, que hace una serie de cálculos, partiendo de las hectáreas que se supone que ocupábamos los manifestantes, multiplicado por el número de personas que, dicen, caben en un m2 y que daría una cifra de 56.000 manifestantes (permitidme una sonrisa displicente, eso no se lo cree nadie que haya estado en la manifestación, que haya visto las imágenes televisadas y las fotos) Otros, sacándose los datos directamente de la manga, consideran imposible el número de 1 millón de personas, porque en Barcelona «nunca ha salido un millón de personas a manifestarse» (poca memoria deben tener o están muy mal informados, si no recuerdan la manifestación de 1977 o la del NO a la guerra, por poner sólo dos ejemplos). Yo aporto otro dato: a Barcelona llegaron 900 autocares procedentes de otras poblaciones . Si pensamos que un vehículo de este tipo tiene una capacidad para 55 personas, estaríamos hablando de cifras de entre 45.000 y 50.000 personas que llegaron en autocar. Si hacemos caso a Lince, las 6.000 restantes se tendrían que repartir entre ciudadanos residentes en Barcelona más los de fuera de la ciudad que llegaron con otros medios de transporte. ¿Quién se cree eso? No vale la pena discutir sobre este tema, pero al menos, si manipulan, que lo hagan de manera un poco sutil, no tan torpemente.

Lamentable y añado que bochornosa esta actitud, mucho más cuando se adopta desde Catalunya, donde sí se han visto las imágenes por televisión y, las fotos, donde sí se sabe a qué hora se hicieron los recuentos (casi a las 20.30h cuando la mayoría de los manifestantes llevábamos más de 2 horas de pie y ya se sabía que la cabecera se había deshecho ante la imposibilidad de llegar a Tetuán). Juegan a este juego los que han visto que las calles adyacentes estaban llenas hasta los topes, que por delante de la cabecera la gente colapsaba la Gran Vía y la Plaza Tetuán y por eso no se podía avanzar.

Escribir es gratis y crear polémica a través de la manipulación un ejercicio muy practicado en la red. Los que han manipulado la información saben que quizás no éramos un millón y medio, pero tampoco 500.000, 56.000 o cuatro amigos que no teníamos nada mejor que hacer. Por eso, de lo único que se hablaba en los medios de comunicación estatal era de cifras. También por eso, ese robot parlante que se llama Alicia Sánchez Camacho, con su tono de cassette grabada, lo primero que hizo cuando le pulsaron la tecla Play fue comparar cifras en relación a los que salieron a celebrar el triunfo de la selección en el Mundial. Nada nuevo, sin embargo. Son los de siempre, los de “España se rompe” colaborando activamente en la fractura. Como han hecho desde el momento en que fueron conscientes de que el discurso anticatalán les hacía ganar votos.

Pero algo se está moviendo en la sociedad catalana y todos somos conscientes de ello, incluso los que fingen mirar hacia otro lado. El problema es que no acabamos de tener claras las consecuencias. De ahí que haya sido necesario hacer el esfuerzo de desviar la atención, de quitarle importancia, de fingir que se miraba hacia otro lado. Pero como dijo Joan Ridao : «España no escucha y es sorda , pero Cataluña no ha enmudecido«.

Tratamiento informativo

No sé qué me esperaba el Domingo cuando puse la televisión al mediodía para ver qué se comentaba en los canales estatales sobre la manifestación. Era consciente de que ese mismo día la selección española de fútbol jugaba por primera vez en su historia una final de un mundial. Desengañémonos, el país estaba en plena euforia, tanto futbolística (lógico, por otra parte) como patriótica (no pude evitar una sonrisa triste al oír a un hombre que, casi llorando, decía que ahora sí que se sentía orgulloso de ser español, gracias a los éxitos de «la Roja»). Pero a pesar de estar preparada, no podía creerme lo que vi y escuché: la manifestación se trataba totalmente «de pasada» ( el informativo de mediodía que le dedicó más tiempo fue el de Cuatro, con apenas dos minutos) y se empezaba la noticia con el incidente del intento de agresión a Montilla. Como si éste hubiera sido el tono de la manifestación, el enfrentamiento y la violencia. Con tono neutro se hablaba de una manifestación en Barcelona para protestar contra la sentencia del Tribunal Constitucional que recortaba el Estatuto de Autonomía de Catalunya. Y nada más. Dedicaron más tiempo a hablar del pulpo Paul, que acertaba los ganadores de los partidos del mundial y que había predicho la victoria española .

Parece que tendremos que volver la época de nuestros padres o abuelos, cuando para saber qué pasaba de verdad en nuestro país se debía recurrir a la prensa extranjera. Es triste, sin duda. Triste y vergonzoso el tratamiento que se ha hecho de la manifestación del 10 de Julio en los medios españoles, con pretendida indiferencia y calculado desprecio, si lo comparamos con la información que dieron The Washgington Post, Sidney Morning Herald, Le Figaro, BBC World Service, CNN e, incluso, Al Jazeera. Probablemente los turistas que desde las terrazas de La Pedrera fotografiaban la manifestación estuvieron mejor informados que los ciudadanos del Estado español.

¿Qué piensan de todo esto en España?

Después de la resaca mundialista, parece que se empiezan a dar por enterados de que algo pasó en Catalunya una tarde de Sábado del mes de Julio. Después de tenernos que tragar una cobertura exhaustiva de la llegada de la selección a la patria, de la recepción en el Palacio Real, del recorrido en autocar, de ver y escuchar celebraciones y declaraciones en los pueblos natales de todos y cada uno de los jugadores, de enterararnos de que el Acuario de Madrid ha ofrecido un buen pico para que el pulpo Paul viva de ahora en adelante en sus instalaciones (la mejor manera de gastarse el dinero en tiempos de crisis, evidentemente), parece que por fin toca mover ficha. Y todos lo están haciendo de la manera más previsible, por lo que me doy cuenta que, mal que nos pese, tenemos los políticos que nos merecemos.

Seguramente, la gran mayoría se estará rompiendo las vestiduras ante esta fiebre «independentista» que creen que, de manera absolutamente injustificada, nos ha entrado de pronto a los catalanes. Continuaremos siendo los enemigos de la » indisoluble unidad de España», nada nuevo, porque ya somos egoístas, insolidarios, favorecedores de la fractura social, separatistas, inventores de mitos y mentiras nacionalistas, etc, etc. Todo esto mientras pasean orgullosamente su nacionalismo español, que paradójicamente siempre ha negado su condición, pero que muestra ahora su cara más exacerbada a raíz de la reciente exhibición patriótica consecuencia de los triunfos de «la Roja » (mal asunto cuando por el único que pueden sentirse orgullosos de ser españoles es por las victorias de la selección de fútbol). Sentirse español y defenderlo no es intrínsecamente negativo, como tampoco lo es sentirse francés, escocés o búlgaro. O catalán, y defenderlo. ¿Por qué, entonces, demonizan un nacionalismo y exaltan otro? ¿Por qué es malo que una sociedad plural haya salido a la calle a expresar su derecho a querer ser lo que quiere ser, de manera cívica y tranquila, mientras que es digno de aplauso que otros salgan a exhibir su orgullo españolista? ¿Quién puede decirme qué soy y cómo me he de sentir? Pretenden que retrocedamos 30 años, quieren imponernos un sentimiento de pertenencia que no todos experimentamos. Y, además, es probable que los que sí la experimentan, no quieran que se les marque desde fuera cómo lo deben hacer . Y yo no puedo más que recordar aquella canción de Lluís Llach que decía: “I ens fem contrabandistes mentre no descobreixin detectors pels secrets del cor” (Y nos convertimos en contrabandistas mientras no se descubran detectores para los secretos del corazón).

Para otros, no tenemos ningún derecho a cuestionar la decisión del Tribunal Constitucional, su interpretación de la ley. No nos escucharían aunque les dijéramos que es precisamente eso, la interpretación que han hecho una serie de magistrados de un tribunal que está bajo sospecha, que funciona a pesar de las irregularidades que todos conocemos, y que se ha convertido en el instrumento-títere de un partido, el PP, que recurre a él cada vez con más frecuencia siempre que las cosas no salen a su gusto.

También he oído voces que deslegitiman el Estatut votado en el 2006 debido al porcentaje de población que participó en el referéndum, el 48,85%, con un resultado de 73,90% de votos a favor del texto. ¿Por qué no recordamos cifras de participación en otras elecciones, como las del Parlamento europeo? En las elecciones celebradas en 2004, el porcentaje de españoles que votaron fue del 45,14% . En las de 2009, de un 44,9% . ¿Ha habido alguien que se haya atrevido a cuestionar su validez?

Fuera de Catalunya explotarán la idea «España se rompe», de un lado a otro del espectro político. No sé por qué aquí todavía tenemos la idea, evidentemente equivocada, de que las izquierdas (PSOE, IU) serán más favorables a las aspiraciones catalanas. No. Todos juntos venderán en público la idea de la fragmentación de la «nación española» y sacarán la pertinente rentabilidad en número de votos. Porque nos guste o no, el discurso anticatalán funciona, en la derecha y en la izquierda. Y todos y cada uno de ellos intentará contribuir a esta ruptura con el fin de poder presentarse como salvadores de la últimamente tan famosa «unidad». En Catalunya ya nos ha quedado claro que esta «unidad » no es más que sinónimo de inmovilismo.

Reflexiones «a posteriori»

La cabecera de la manifestación defendía el derecho a la autodeterminación («Somos una nación, nosotros decidimos» ) y viendo el mar de “estelades” y lo que decían muchísimas pancartas parece que el independentismo era la opción política dominante entre los participantes. Cuando parece que desde el Estado español se cierran puertas, se blindan competencias, se ponen límites que ellos consideran inamovibles y se da por cerrado el proceso del estado de las autonomías, para muchos ésta es la única salida. Sin embargo, no todo el mundo, ni mucho menos, era partidario de la opción soberanista. Lo que creo que es realmente destacable es que los partidos políticos, las organizaciones sindicales y empresariales, las entidades ciudadanas y cívicas, el conjunto de la sociedad hiciera un llamamiento para que la gente asistiera en masa a la manifestación. Después, cada uno tendrá sus propias ideas y una postura concreta hacia el independentismo.

No se puede obviar, sin embargo, que las cifras que dan las últimas encuestas ( CIS, ICSP , UOC ) oscilan desde un 35 % hasta un 50% de los ciudadanos catalanes favorables a la independencia. Es un dato. Ahora bien, ¿llegaremos a saber qué porcentaje real tendría esta opción en número de votos? Si España considera que Catalunya, mayoritariamente, no quiere una ruptura con el estado español, ¿por qué tienen tanto miedo de preguntarnos? Pero lo que realmente hay que reconocer es que los catalanes no quieren detenerse ante las puertas cerradas o los límites impuestos. Si la vía estatutaria se considera finiquitada, se tendrán que buscar otras opciones.

El independentismo, por lo que se respira en Catalunya en los últimos tiempos, ya no es una opción de jóvenes idealistas, de «maulets» exaltados o de abuelos nostálgicos. Se ha instalado en la sociedad catalana como una opción política más, un porcentaje considerable de la sociedad catalana entiende la existencia de un estado catalán como una solución, el Adéu Espanya que se veía en la manifestación no era una frase tan simbólica como algunos quieren creer, eso lo sabemos los que nos movemos por la calle y hablamos con la gente. A pesar de que desde el PP se hable del «Circo independentista». Conociendo sus estrategias, ni siquiera consdierarían la opción de abordar el tema si no estuvieran realmente preocupados por lo que parece que se está cociendo. La separación del estado español consigue cada día más adeptos entre grupos sociales que tienen un peso específico: periodistas, intelectuales, artistas, escritores, y detrás se están construyendo propuestas, ya no es una cuestión indefinida y sentimental. La opción independentista crece, eso es evidente y no sólo a nivel sentimental: si el estado de las autonomías no puede ir más allá, ¿la separación es inevitable? Veremos cuál será la traducción política de este sentimiento el día que la población vaya a votar. Pero aquellas pancartas de «Estoy hasta los cojones» o el famoso » Adiós Espanya» mostraban que buena parte de la ciudadanía ha llegado a la conclusión de que la relación con España se encuentra en un callejón sin salida y que esta situación se ha favorecido precisamente por los que predican de manera incansable «la indisoluble unidad de la nación española». Curiosamente, predican la unidad pero con sus palabras, hechos y actitudes, favorecen la fractura.

No sé si en Catalunya se producirá un divorcio entre la ciudadanía y la clase política. El sentimiento de estafa y de humillación se atribuía a la actuación tanto de los políticos catalanes como estatales. Lo que se pide a partir de ahora es una actuación seria y coherente. Que tomen la temperatura a la sociedad catalana y sepan qué se pide. Y a partir de ahí, que elaboren un proyecto, con unos objetivos, que habrá que discutir para saber realmente hacia dónde queremos ir y qué obstáculos nos podemos encontrar por el camino. Lo que han hecho hasta ahora ha sido el proceso contrario, primero han hecho las leyes y después, se han dado cuenta de los problemas y los obstáculos para llevarlas a la práctica. Por ello, es normal, es lógico y esperable que los ciudadanos les pregunten por qué no se respeta lo que votaron. Me temo que nos haría falta una clase política de un nivel infinitamente superior al que tenemos, por tanto, y observando cómo han ido posicionándose en estos días posteriores a la manifestación, no pongo demasiadas esperanzas en una actuación política seria y coherente, si es que tiene que venir de los políticos que dicen representarnos.

Esperaba que en la manifestación se sintiera de manera más palpable el rechazo contra los políticos: contra el PP, responsable de habernos llevado a esta situación, jugando sucio como siempre contra Catalunya, llevando al Constitucional el estatuto catalán mientras aceptan sin problemas el valenciano o el andaluz , con muchísimas similitudes; contra el PSOE y el PSC, por hacer creer a los ciudadanos que si el estatuto se aprobaba y refrendaba,  no había obstáculos para su desarrollo; contra CIU, por su indefinición tradicional, por fluctuar hacia un lado y hacia otro, por no hablar claro ni definirse, también como siempre. Contra Iniciativa, porque vete a saber qué hacían, allí (más o menos como los del PSC). Contra ERC, porque , como ir en todo momento a la contra es habitual en ellos, defendían un estatuto para el que habían pedido el NO en las urnas. En definitiva, vuelvo a repetir, fue una manifestación desvinculada de los políticos, donde quizás sí prevaleció el sentimiento sobre la razón. Pero es necesario que los políticos empiecen a tomar nota. Aquí y fuera, porque lo que se respiraba aquel Sábado es que no estamos ante una cuestión que afecte o interese sólo a «cuatro exaltados separatistas».

No debemos dejar que esta situación fracture nuestra sociedad, más allá de un divorcio claro con un sector social que no quiere vivir en Catalunya, porque ni siquiera sabe dónde vive. Aquellos que en las periferias de nuestras ciudades no entienden que defender los intereses catalanes es defender también «sus» intereses, los que tras la victoria española de la selección gritaban «catalufos de mierda», «viva Franco» (y probablemente no saben ni la fecha de inicio de la guerra civil española) o » Catalunya es España». De estos no se puede esperar nada, harían el mismo triste papel en la sociedad aquí que en Soria o en Sevilla, desgraciadamente. Representan un nacionalismo español «de botijo», violento en potencia por ignorante. No sabemos qué modelo de país quieren, si es que ellos mismos lo saben, cosa que dudo. Pero el resto, independentistas o no, nacionalistas o no, tendremos que pedir a nuestros representantes políticos que tengan la capacidad de crear herramientas sociales, educativas, económicas, empresariales y estructurales que nos defiendan. No podemos esperar que esto nos llegue desde fuera, no seamos ingenuos.

Desearía también que esta coherencia y seriedad que pedimos a nuestros políticos la demostráramos todos y, sobre todo, los medios de comunicación, que como siempre, están haciendo un papel muy sucio. Que se deje de tergiversar el lenguaje, porque la comodidad o la cobardía no significan “seny”, el tan traído y llevado buen juicio  y sentido común catalán porque nacionalismo no es sinónimo de regionalismo ni nos pueden hacer creer que el federalismo no tiene nada que ver con el españolismo. Como cientos de miles de ciudadanos que salieron a la calle el pasado Sábado (sí, cientos de miles, mal que le pese a Lince o a quien sea, ya estoy harta que al anticatalanismo se le llame pluralidad, cohesión social o unidad.

¿Con quién se supone que debemos sentirnos unidos? ¿Con aquellos que nos devuelven un estatuto peor que el de 1979? ¿Con los que, después de engañar a los ciudadanos de Catalunya, callan, por lo tanto, otorgan? Somos catalanes, señores, pero no gilipollas.