Manifestación del 10-J: una semana después

Ayer se cumplió una semana de la manifestación que con el lema “Som una nació, nosaltres decidim” (Somos una nación, nosotros decidimos) convocó a los catalanes a salir a la calle para expresar su rechazo a la sentencia del Tribunal Constitucional que recortaba el Estatut aprobado en referéndum hace cuatro años. Asumo que he escrito una introducción neutra y objetiva, y lo he hecho de manera totalmente intencionada. Porque después de una semana, los comentarios, las reflexiones y las críticas ya han extendido por la red y por los medios de comunicación sus dosis pertinentes de política, sentimiento nacionalista (español y catalán ), análisis histórico, manipulación informativa, ironía y mala leche.

Tenía que digerirlo antes de ponerme a escribir, aunque durante esta semana sí que he dejado algún comentario a opiniones y reflexiones de otros bloggers (algunos de una lucidez que me ha impactado ).

http://1mes1iguala3.wordpress.com/2010/07/14/no-els-espereu-no-hi-seran/ 

Ha sido una semana durante la cual he procurado seguir lo que se decía en la prensa y en la televisión. He hablado del tema en casa, con los amigos y conocidos, he escuchado a los que fueron a la manifestación y a los que no acudieron, he valorado sus motivos y los he contrastado con los míos, los que sí que hicieron que me decidiera a estar en medio del Passeig de Gràcia un Sábado por la tarde a 36 º de temperatura. He recordado las conversaciones que mantuve aquella tarde con personas que no conocía de nada mientras esperábamos que la famosa cabecera de la manifestación se moviera (dos horas parados entre las calles Provença y Mallorca dan para mucho). Como si estuviera haciendo una digestión lenta, me he tomado mi tiempo antes de lanzarme a la piscina y dar mi visión de los hechos.

Los que estaban y los que no estaban

Durante los días inmediatamente anteriores a la manifestación, se hacía evidente la existencia de un sentimiento de «duda» sobre si responder o no a la convocatoria.  Parecía que algunos tenían muy claros los motivos para actuar en un sentido o en otro. Había los que no se sentían representados por el lema de la cabecera (Som una nació) y también los que oscilaban entre un sentimiento «de traición» a Catalunya si se quedaban en casa a mirar la manifestación por la tele, iban a la playa o preferían sentarse en una terraza a tomar unas cervezas, y el disgusto por una convocatoria que consideraban politizada y con una finalidad claramente electoralista que, decían, los manipulaba y utilizaba. El espectáculo dado por los políticos a raíz del lema de la manifestación, de la posición que debían ocupar en la cabecera o detrás de qué bandera tenían que caminar imagino que no los ayudó a aclararse. De todas maneras, empiezo a ver claro, después de una semana, que los que rechazaban la rentabilidad política de la manifestación han sido los que, en definitiva, hicieron una clarísima lectura en clave política, antes incluso de haber tenido lugar la manifestación. Quien consideraba Òmnium una sucursal de Convergència i Unió, calculaba cuántos votos daría la manifestación a Esquerra Republicana, imaginaba el papel posterior que tendrían los políticos, es obvio que no, que no tenían claro por qué se tenía que salir a la calle. Sin embargo, la postura de quienes respondieron a la convocatoria como la de quienes decidieron no hacerlo es totalmente respetable y legítima, sólo hay que tener claro de verdad por qué sí o por qué no. E intentar no caer en demagogias fáciles .

Yo sí estuve allí

Quizás porque me pudo más el corazón que la cabeza. Y me alegro, era una sensación que tenía un poco olvidada. Estuve allí a pesar de los políticos o precisamente por su causa. Porque no quería que fueran ellos quienes representaran en exclusiva la voz de un porcentaje importante de la ciudadanía. Ciertamente, estos políticos que encabezaban la manifestación no eran unos compañeros de viaje muy cómodos, eso si que era fácil de percibir, no lo eran ni siquiera para los que militan en uno u otro partido .

Pienso que no me equivoco si afirmo que la inmensa mayoría de los que estábamos allí, parados, sin avanzar porque la cabecera «política» no se movía, no nos sentíamos representados por esos políticos, no era por ellos que soportábamos aquel calor de pie cuando podríamos haber estado en la playa o en el sofá de casa con el aire acondicionado, haciendo cábalas sobre las repercusiones políticas, las ulteriores alianzas, los bailes de cifras de asistentes, la reacción española, todo lo que se ha ido escribiendo ya a lo largo de una semana sobre todo por parte de quien lo miró por televisión o, directamente, ni lo vio. Esa imagen que ahora me parece llena de connotaciones tan significativas, la de los políticos parados y la gente esperando, pero con ganas de avanzar, de seguir adelante, de llegar al final, la formábamos personas que no nos sentíamos comprometidos por una lealtad política, militante o electoralista. A la mayoría nos había podido el corazón, un sentimiento difícil de explicar. Allí había gente mayor y gente joven, parejas con niños, catalanes hijos de catalanes y catalanes hijos de inmigrantes, independentistas y gente que no acababa de ver claro lo de IN-DE-INDEPENDENCIA, que se oyó repetidamente esa tarde, gente que habla catalán en casa y gente que tiene el español como lengua materna, los que leen El País y los que leen La Vanguardia, los que al día siguiente seguirían la final del Mundial y animarían a «la Roja» y los que no lo harían, los que habían tenido claro desde el principio que tenían que estar allí aquella tarde y los que habían tenido dudas hasta el último momento. Allí había un millón largo de personas, guste o no, Aguantando un calor infernal, avanzando tres o cuatro pasos en una hora, llenando el Passeig de Gràcia y las calles adyacentes con banderas o ”estelades”, pero compartiendo un mismo sentimiento y una misma finalidad: el rechazo a una sentencia que nos decía que sólo somos y existimos en función de una categoría que es la superior, la de los españoles, la única real y legítima, que a pesar de haber dos lenguas oficiales, sólo existe la obligación de saber una, el español, que nos niega cualquier derecho histórico y nos dice que cualquier derecho que tengamos deriva únicamente de una constitución votada hace 31 años. Si algo se respiraba allí era la pluralidad y la diversidad de esa sociedad que se estaba moviendo, desde planteamientos ideológicos distintos: los independentistas, los que nunca se habían planteado la ruptura con el estado español, los que incluso apoyarían un estado federalista, los que estuvieron en la manifestación de 1977 y los que nunca antes habían asistido a ninguna. Los ancianos, incluso algunos en sillas de ruedas, los jóvenes y los niños con sus padres. De manera cívica y tranquila, todos respondíamos a una situación que nos cerraba puertas, blindaba nuestras posibilidades políticas y nos devolvía un estatut peor que el de 1979. No se podía seguir ignorando el sentir de una gran parte de la sociedad catalana.

Baile de cifras

Lamentable el espectáculo que se ha dado jugando con las cifras de asistentes a la manifestación con el único objetivo de restar legitimidad a la voz de los que estábamos allí. Durante la manifestación, cuando veíamos los helicópteros sobrevolando el Passeig de Gràcia y que se suponía que estaban calculando la participación, hacíamos bromas entre nosotros sobre este tema, basándonos en los datos que escuchábamos por la radio: » Cifras de participación : según la organización, 1.500.000 millones; según la Guardia Urbana, 1.100.000; según el periódico El País, 800.000 manifestantes, según El Mundo, cuatro exaltados separatistas». Cuando llegamos a la Plaza Tetuán, casi a las nueve de la noche, sudados y derrotados y con los pies que no nos los sentíamos, nos sentamos en un bar para recuperarnos. Fue entonces cuando alguien dijo: «Según El Mundo, casi un millón de manifestantes» . Bueno, si El Mundo era capaz de reconocer esa cifra, estaba claro que se había superado, comentamos. Entonces ¿de donde salen los números que corren por Internet y por algunos medios de comunicación? Y aún más ¿por qué en las versiones en línea de determinados periódicos o en sitios web donde se comparten noticias se centran sólo en el número de participantes en la manifestación?

Pues porque no interesa saber qué se reivindicaba, no han hecho ni el intento de recoger las opiniones de la gente que llenaba las calles de Barcelona esa tarde. Para algunos, todo parece haber quedado reducido a un infantil baile de cifras. Hay quien nos remite a la empresa Lince, que hace una serie de cálculos, partiendo de las hectáreas que se supone que ocupábamos los manifestantes, multiplicado por el número de personas que, dicen, caben en un m2 y que daría una cifra de 56.000 manifestantes (permitidme una sonrisa displicente, eso no se lo cree nadie que haya estado en la manifestación, que haya visto las imágenes televisadas y las fotos) Otros, sacándose los datos directamente de la manga, consideran imposible el número de 1 millón de personas, porque en Barcelona «nunca ha salido un millón de personas a manifestarse» (poca memoria deben tener o están muy mal informados, si no recuerdan la manifestación de 1977 o la del NO a la guerra, por poner sólo dos ejemplos). Yo aporto otro dato: a Barcelona llegaron 900 autocares procedentes de otras poblaciones . Si pensamos que un vehículo de este tipo tiene una capacidad para 55 personas, estaríamos hablando de cifras de entre 45.000 y 50.000 personas que llegaron en autocar. Si hacemos caso a Lince, las 6.000 restantes se tendrían que repartir entre ciudadanos residentes en Barcelona más los de fuera de la ciudad que llegaron con otros medios de transporte. ¿Quién se cree eso? No vale la pena discutir sobre este tema, pero al menos, si manipulan, que lo hagan de manera un poco sutil, no tan torpemente.

Lamentable y añado que bochornosa esta actitud, mucho más cuando se adopta desde Catalunya, donde sí se han visto las imágenes por televisión y, las fotos, donde sí se sabe a qué hora se hicieron los recuentos (casi a las 20.30h cuando la mayoría de los manifestantes llevábamos más de 2 horas de pie y ya se sabía que la cabecera se había deshecho ante la imposibilidad de llegar a Tetuán). Juegan a este juego los que han visto que las calles adyacentes estaban llenas hasta los topes, que por delante de la cabecera la gente colapsaba la Gran Vía y la Plaza Tetuán y por eso no se podía avanzar.

Escribir es gratis y crear polémica a través de la manipulación un ejercicio muy practicado en la red. Los que han manipulado la información saben que quizás no éramos un millón y medio, pero tampoco 500.000, 56.000 o cuatro amigos que no teníamos nada mejor que hacer. Por eso, de lo único que se hablaba en los medios de comunicación estatal era de cifras. También por eso, ese robot parlante que se llama Alicia Sánchez Camacho, con su tono de cassette grabada, lo primero que hizo cuando le pulsaron la tecla Play fue comparar cifras en relación a los que salieron a celebrar el triunfo de la selección en el Mundial. Nada nuevo, sin embargo. Son los de siempre, los de “España se rompe” colaborando activamente en la fractura. Como han hecho desde el momento en que fueron conscientes de que el discurso anticatalán les hacía ganar votos.

Pero algo se está moviendo en la sociedad catalana y todos somos conscientes de ello, incluso los que fingen mirar hacia otro lado. El problema es que no acabamos de tener claras las consecuencias. De ahí que haya sido necesario hacer el esfuerzo de desviar la atención, de quitarle importancia, de fingir que se miraba hacia otro lado. Pero como dijo Joan Ridao : «España no escucha y es sorda , pero Cataluña no ha enmudecido«.

Tratamiento informativo

No sé qué me esperaba el Domingo cuando puse la televisión al mediodía para ver qué se comentaba en los canales estatales sobre la manifestación. Era consciente de que ese mismo día la selección española de fútbol jugaba por primera vez en su historia una final de un mundial. Desengañémonos, el país estaba en plena euforia, tanto futbolística (lógico, por otra parte) como patriótica (no pude evitar una sonrisa triste al oír a un hombre que, casi llorando, decía que ahora sí que se sentía orgulloso de ser español, gracias a los éxitos de «la Roja»). Pero a pesar de estar preparada, no podía creerme lo que vi y escuché: la manifestación se trataba totalmente «de pasada» ( el informativo de mediodía que le dedicó más tiempo fue el de Cuatro, con apenas dos minutos) y se empezaba la noticia con el incidente del intento de agresión a Montilla. Como si éste hubiera sido el tono de la manifestación, el enfrentamiento y la violencia. Con tono neutro se hablaba de una manifestación en Barcelona para protestar contra la sentencia del Tribunal Constitucional que recortaba el Estatuto de Autonomía de Catalunya. Y nada más. Dedicaron más tiempo a hablar del pulpo Paul, que acertaba los ganadores de los partidos del mundial y que había predicho la victoria española .

Parece que tendremos que volver la época de nuestros padres o abuelos, cuando para saber qué pasaba de verdad en nuestro país se debía recurrir a la prensa extranjera. Es triste, sin duda. Triste y vergonzoso el tratamiento que se ha hecho de la manifestación del 10 de Julio en los medios españoles, con pretendida indiferencia y calculado desprecio, si lo comparamos con la información que dieron The Washgington Post, Sidney Morning Herald, Le Figaro, BBC World Service, CNN e, incluso, Al Jazeera. Probablemente los turistas que desde las terrazas de La Pedrera fotografiaban la manifestación estuvieron mejor informados que los ciudadanos del Estado español.

¿Qué piensan de todo esto en España?

Después de la resaca mundialista, parece que se empiezan a dar por enterados de que algo pasó en Catalunya una tarde de Sábado del mes de Julio. Después de tenernos que tragar una cobertura exhaustiva de la llegada de la selección a la patria, de la recepción en el Palacio Real, del recorrido en autocar, de ver y escuchar celebraciones y declaraciones en los pueblos natales de todos y cada uno de los jugadores, de enterararnos de que el Acuario de Madrid ha ofrecido un buen pico para que el pulpo Paul viva de ahora en adelante en sus instalaciones (la mejor manera de gastarse el dinero en tiempos de crisis, evidentemente), parece que por fin toca mover ficha. Y todos lo están haciendo de la manera más previsible, por lo que me doy cuenta que, mal que nos pese, tenemos los políticos que nos merecemos.

Seguramente, la gran mayoría se estará rompiendo las vestiduras ante esta fiebre «independentista» que creen que, de manera absolutamente injustificada, nos ha entrado de pronto a los catalanes. Continuaremos siendo los enemigos de la » indisoluble unidad de España», nada nuevo, porque ya somos egoístas, insolidarios, favorecedores de la fractura social, separatistas, inventores de mitos y mentiras nacionalistas, etc, etc. Todo esto mientras pasean orgullosamente su nacionalismo español, que paradójicamente siempre ha negado su condición, pero que muestra ahora su cara más exacerbada a raíz de la reciente exhibición patriótica consecuencia de los triunfos de «la Roja » (mal asunto cuando por el único que pueden sentirse orgullosos de ser españoles es por las victorias de la selección de fútbol). Sentirse español y defenderlo no es intrínsecamente negativo, como tampoco lo es sentirse francés, escocés o búlgaro. O catalán, y defenderlo. ¿Por qué, entonces, demonizan un nacionalismo y exaltan otro? ¿Por qué es malo que una sociedad plural haya salido a la calle a expresar su derecho a querer ser lo que quiere ser, de manera cívica y tranquila, mientras que es digno de aplauso que otros salgan a exhibir su orgullo españolista? ¿Quién puede decirme qué soy y cómo me he de sentir? Pretenden que retrocedamos 30 años, quieren imponernos un sentimiento de pertenencia que no todos experimentamos. Y, además, es probable que los que sí la experimentan, no quieran que se les marque desde fuera cómo lo deben hacer . Y yo no puedo más que recordar aquella canción de Lluís Llach que decía: “I ens fem contrabandistes mentre no descobreixin detectors pels secrets del cor” (Y nos convertimos en contrabandistas mientras no se descubran detectores para los secretos del corazón).

Para otros, no tenemos ningún derecho a cuestionar la decisión del Tribunal Constitucional, su interpretación de la ley. No nos escucharían aunque les dijéramos que es precisamente eso, la interpretación que han hecho una serie de magistrados de un tribunal que está bajo sospecha, que funciona a pesar de las irregularidades que todos conocemos, y que se ha convertido en el instrumento-títere de un partido, el PP, que recurre a él cada vez con más frecuencia siempre que las cosas no salen a su gusto.

También he oído voces que deslegitiman el Estatut votado en el 2006 debido al porcentaje de población que participó en el referéndum, el 48,85%, con un resultado de 73,90% de votos a favor del texto. ¿Por qué no recordamos cifras de participación en otras elecciones, como las del Parlamento europeo? En las elecciones celebradas en 2004, el porcentaje de españoles que votaron fue del 45,14% . En las de 2009, de un 44,9% . ¿Ha habido alguien que se haya atrevido a cuestionar su validez?

Fuera de Catalunya explotarán la idea «España se rompe», de un lado a otro del espectro político. No sé por qué aquí todavía tenemos la idea, evidentemente equivocada, de que las izquierdas (PSOE, IU) serán más favorables a las aspiraciones catalanas. No. Todos juntos venderán en público la idea de la fragmentación de la «nación española» y sacarán la pertinente rentabilidad en número de votos. Porque nos guste o no, el discurso anticatalán funciona, en la derecha y en la izquierda. Y todos y cada uno de ellos intentará contribuir a esta ruptura con el fin de poder presentarse como salvadores de la últimamente tan famosa «unidad». En Catalunya ya nos ha quedado claro que esta «unidad » no es más que sinónimo de inmovilismo.

Reflexiones «a posteriori»

La cabecera de la manifestación defendía el derecho a la autodeterminación («Somos una nación, nosotros decidimos» ) y viendo el mar de “estelades” y lo que decían muchísimas pancartas parece que el independentismo era la opción política dominante entre los participantes. Cuando parece que desde el Estado español se cierran puertas, se blindan competencias, se ponen límites que ellos consideran inamovibles y se da por cerrado el proceso del estado de las autonomías, para muchos ésta es la única salida. Sin embargo, no todo el mundo, ni mucho menos, era partidario de la opción soberanista. Lo que creo que es realmente destacable es que los partidos políticos, las organizaciones sindicales y empresariales, las entidades ciudadanas y cívicas, el conjunto de la sociedad hiciera un llamamiento para que la gente asistiera en masa a la manifestación. Después, cada uno tendrá sus propias ideas y una postura concreta hacia el independentismo.

No se puede obviar, sin embargo, que las cifras que dan las últimas encuestas ( CIS, ICSP , UOC ) oscilan desde un 35 % hasta un 50% de los ciudadanos catalanes favorables a la independencia. Es un dato. Ahora bien, ¿llegaremos a saber qué porcentaje real tendría esta opción en número de votos? Si España considera que Catalunya, mayoritariamente, no quiere una ruptura con el estado español, ¿por qué tienen tanto miedo de preguntarnos? Pero lo que realmente hay que reconocer es que los catalanes no quieren detenerse ante las puertas cerradas o los límites impuestos. Si la vía estatutaria se considera finiquitada, se tendrán que buscar otras opciones.

El independentismo, por lo que se respira en Catalunya en los últimos tiempos, ya no es una opción de jóvenes idealistas, de «maulets» exaltados o de abuelos nostálgicos. Se ha instalado en la sociedad catalana como una opción política más, un porcentaje considerable de la sociedad catalana entiende la existencia de un estado catalán como una solución, el Adéu Espanya que se veía en la manifestación no era una frase tan simbólica como algunos quieren creer, eso lo sabemos los que nos movemos por la calle y hablamos con la gente. A pesar de que desde el PP se hable del «Circo independentista». Conociendo sus estrategias, ni siquiera consdierarían la opción de abordar el tema si no estuvieran realmente preocupados por lo que parece que se está cociendo. La separación del estado español consigue cada día más adeptos entre grupos sociales que tienen un peso específico: periodistas, intelectuales, artistas, escritores, y detrás se están construyendo propuestas, ya no es una cuestión indefinida y sentimental. La opción independentista crece, eso es evidente y no sólo a nivel sentimental: si el estado de las autonomías no puede ir más allá, ¿la separación es inevitable? Veremos cuál será la traducción política de este sentimiento el día que la población vaya a votar. Pero aquellas pancartas de «Estoy hasta los cojones» o el famoso » Adiós Espanya» mostraban que buena parte de la ciudadanía ha llegado a la conclusión de que la relación con España se encuentra en un callejón sin salida y que esta situación se ha favorecido precisamente por los que predican de manera incansable «la indisoluble unidad de la nación española». Curiosamente, predican la unidad pero con sus palabras, hechos y actitudes, favorecen la fractura.

No sé si en Catalunya se producirá un divorcio entre la ciudadanía y la clase política. El sentimiento de estafa y de humillación se atribuía a la actuación tanto de los políticos catalanes como estatales. Lo que se pide a partir de ahora es una actuación seria y coherente. Que tomen la temperatura a la sociedad catalana y sepan qué se pide. Y a partir de ahí, que elaboren un proyecto, con unos objetivos, que habrá que discutir para saber realmente hacia dónde queremos ir y qué obstáculos nos podemos encontrar por el camino. Lo que han hecho hasta ahora ha sido el proceso contrario, primero han hecho las leyes y después, se han dado cuenta de los problemas y los obstáculos para llevarlas a la práctica. Por ello, es normal, es lógico y esperable que los ciudadanos les pregunten por qué no se respeta lo que votaron. Me temo que nos haría falta una clase política de un nivel infinitamente superior al que tenemos, por tanto, y observando cómo han ido posicionándose en estos días posteriores a la manifestación, no pongo demasiadas esperanzas en una actuación política seria y coherente, si es que tiene que venir de los políticos que dicen representarnos.

Esperaba que en la manifestación se sintiera de manera más palpable el rechazo contra los políticos: contra el PP, responsable de habernos llevado a esta situación, jugando sucio como siempre contra Catalunya, llevando al Constitucional el estatuto catalán mientras aceptan sin problemas el valenciano o el andaluz , con muchísimas similitudes; contra el PSOE y el PSC, por hacer creer a los ciudadanos que si el estatuto se aprobaba y refrendaba,  no había obstáculos para su desarrollo; contra CIU, por su indefinición tradicional, por fluctuar hacia un lado y hacia otro, por no hablar claro ni definirse, también como siempre. Contra Iniciativa, porque vete a saber qué hacían, allí (más o menos como los del PSC). Contra ERC, porque , como ir en todo momento a la contra es habitual en ellos, defendían un estatuto para el que habían pedido el NO en las urnas. En definitiva, vuelvo a repetir, fue una manifestación desvinculada de los políticos, donde quizás sí prevaleció el sentimiento sobre la razón. Pero es necesario que los políticos empiecen a tomar nota. Aquí y fuera, porque lo que se respiraba aquel Sábado es que no estamos ante una cuestión que afecte o interese sólo a «cuatro exaltados separatistas».

No debemos dejar que esta situación fracture nuestra sociedad, más allá de un divorcio claro con un sector social que no quiere vivir en Catalunya, porque ni siquiera sabe dónde vive. Aquellos que en las periferias de nuestras ciudades no entienden que defender los intereses catalanes es defender también «sus» intereses, los que tras la victoria española de la selección gritaban «catalufos de mierda», «viva Franco» (y probablemente no saben ni la fecha de inicio de la guerra civil española) o » Catalunya es España». De estos no se puede esperar nada, harían el mismo triste papel en la sociedad aquí que en Soria o en Sevilla, desgraciadamente. Representan un nacionalismo español «de botijo», violento en potencia por ignorante. No sabemos qué modelo de país quieren, si es que ellos mismos lo saben, cosa que dudo. Pero el resto, independentistas o no, nacionalistas o no, tendremos que pedir a nuestros representantes políticos que tengan la capacidad de crear herramientas sociales, educativas, económicas, empresariales y estructurales que nos defiendan. No podemos esperar que esto nos llegue desde fuera, no seamos ingenuos.

Desearía también que esta coherencia y seriedad que pedimos a nuestros políticos la demostráramos todos y, sobre todo, los medios de comunicación, que como siempre, están haciendo un papel muy sucio. Que se deje de tergiversar el lenguaje, porque la comodidad o la cobardía no significan “seny”, el tan traído y llevado buen juicio  y sentido común catalán porque nacionalismo no es sinónimo de regionalismo ni nos pueden hacer creer que el federalismo no tiene nada que ver con el españolismo. Como cientos de miles de ciudadanos que salieron a la calle el pasado Sábado (sí, cientos de miles, mal que le pese a Lince o a quien sea, ya estoy harta que al anticatalanismo se le llame pluralidad, cohesión social o unidad.

¿Con quién se supone que debemos sentirnos unidos? ¿Con aquellos que nos devuelven un estatuto peor que el de 1979? ¿Con los que, después de engañar a los ciudadanos de Catalunya, callan, por lo tanto, otorgan? Somos catalanes, señores, pero no gilipollas.