The Fairy Queen y el tiempo perdido

¡Cómo me gusta The Fairy Queen! Podría escuchar esta música durante horas, no la asocio a ningún estado de ánimo en concreto, no necesito unas condiciones particulares para hacerlo. Sencillamente, escucho, ni siquiera con una concentración excesiva.

En 1692 se estrena en el London Queen’s Theatre, la semi-òpera barroca The Fairy Queen, obra del compositor inglés Henry Purcell, que resultó ser un gran éxito. Un año después, Purcell revisó su composición y añadió fragmentos a la partitura original. La obra es una adaptación bastante libre del Sueño de una noche de verano de William Shakespeare. Y digo que se trata de una adaptación bastante libre porque el libreto no reproduce ningún fragmento o frase literal de la obra shakesperiana. Cuando Purcell muere en 1696, el Teatro Real pierde la partitura y no será hasta principios del siglo XX cuando se encontró una copia en la Royal Academy of Music que contenía fragmentos tanto de las versiones de 1692 y 1693.

Purcell, que provenía de una familia de músicos ligados estrechamente a la corona, fue Caballero de la Capilla del Rey, como su padre y su tío y, a pesar de morir joven, incluso para la época, tuvo tiempo de componer música incidental para teatro, música sacra, himnos, óperas y semi-óperas. Probablemente la obra más conocida de Purcell sea la ópera Dido y Eneas  (sublime la pieza El lamento de Dido), aunque personalmente prefiero El Rey Arturo. Entre sus múltiples composiciones destacan las 17 piezas que compuso para los funerales de la Reina Mary. Como dato curioso, la pieza titulada Marcha fúnebre suena en la famosísima película La naranja mecánica.

The Fairy Queen ha sido interpretada tanto en versión concierto como escenificada. En Barcelona, la obra escenificada se representó por primera vez en 2002 en el Gran Teatro del Liceo.  Se divide en 4 actos, que comprenden 59 números, 36 de los cuales son cantados por el coro o por los solistas, juntos o por separado.

La primera vez que escuché un fragmento de esta obra fue de una manera poco ortodoxa: no fue en un CD, ni en directo en un teatro, ni en una retransmisión televisiva. No, lo escuché en un tren de cercanías, de boca de una compañera de facultad, Alba, quien con 18 o 19 años tenía una voz más que correcta para el canto coral, aunque el tabaco y el trabajo docente la estropeó con los años. Un mediodía, de vuelta a casa después de clase, Alba se puso a cantar aquello de Come, come, come, let us leave the town, con la misma naturalidad con que hubiera podido entonar el Fast car de Tracy Chapman, que recuerdo que nos encantaba y que por entonces se oía constantemente.

 En aquellos momentos, yo desconocía por completo la música de Purcell, el Barroco musical que había escuchado se limitaba a Bach, Häendel, Albinoni, Vivaldi y Pachelbel. Y de algunos de estos autores más bien me “sonaban” algunas de sus composiciones, realmente no puedo afirmar que conociera su música. Con el paso del tiempo, el Barroco se ha convertido en mi periodo musical preferido, aunque sólo un poco por delante del Renacimiento. He podido disfrutar de las obras de Monteverdi, Telemann, Lully, Marin Marais, Couperain, Ruíz de Ribayaz, Durón… Y mucho, mucho Purcell. El eclecticismo es característico de mis gustos musicales, literarios y cinematográficos, pero también lo es una especie de “lealtad” hacia los autores o las obras que en algún momento me “han llegado”, han tocado una especie de resorte interno, no sé exactamente cómo explicarlo. Purcell y su The Fairy Queen lograron tocar ese resorte aquel mediodía de finales de los 80 en un tren de cercanías y continúan formado parte, después de tanto tiempo, de la banda sonora de mi vida.

Come, come, come, let us leave the Town,

And in some lonely place,

Where Crowds and noise were never known,

Resolve to spend our days

In pleasant Shades upon the Grass

At Nigh our selves we’ll lay

Our Days in harmless Sport shall pass,

Thus Time shall away.

Vamos, vamos, vamos, dejemos la ciudad,

y en algún lugar solitario,

donde la multitud y el ruído nunca fueron conocidos,

decidámonos a pasar nuestros días.

En las sombras agradables sobre la hierba

yaceremos de noche;

pasaremos nuestros días en inofensivo juego,

y así pasará el tiempo.

El ejercicio proustiano de mojar la magdalena en manzanilla y recordar el tiempo pasado (no sé si el tiempo perdido) no es mi favorito,desde luego. Pero es inevitable al escuchar esta música, ahora sí de manera consciente y en este contexto. ¡Cuantas mañanas de Agosto pasadas en casa de Alba, batallando las dos con Las catilinarias de Cicerón y La historia de los doce césares de Suetonio! Y de fondo, Purcell, muy bajito, para no distraernos. Yo había decidido dejarme el Latín para Septiembre cuando descubrí, y eso fue a mediados del mes de Febrero, que mi nivel en la asignatura no estaba ni por asomo cercano al que se pedía en la Facultad. Alba acabó estudiando Clásicas y se ofreció a ayudarme ese verano. Si no hubiera sido por ella, ni en mis sueños más optimistas habría logrado aprobar. Y lo que son las cosas, con los años, tuve que dar clases de Latín y siempre me sentí cómoda en esa circunstancia. Pero ese verano, en el que traducía aquello de Anicetus libertus Neroni, qui Agrippinam valde oderat, consillium callidum cepit, y maldecía el momento en que se me ocurrió matricularme en Latín, quedará siempre unido a la música de Purcell, a las cartas que intercambiamos con los amigos que habíamos conocido en ese primer año de universidad (entonces no existían los emails), a los Frigodedos que salíamos a comprar en algún momento de descanso, a los intentos de poner nuestra voz a las notas de The Fairy Queen, Alba con su voz de mezzo y yo con algo parecido a la de una contraalto asilvestrada. Ninguna de las dos sabíamos, por aquel entonces, por qué el amor, siendo una dulce pasión, puede atormentar…

If Love’s a Sweet Passion, why does it torment?
If a Bitter, oh tell me whence comes my content?
Since I suffer with pleasure, why should I complain,
Or grieve at my fate, when I know its in vain?

Yet so pleasing the Pain is, so soft is the Dart,
That at once it both wounds me, and tickles my Heart,

I press her Hands gently, look Languishing down,

And by Passionate Silence I make my Love known.

But oh! How I’m Blest when so kind she does prove,

By some willing mistake to discover her Love.
When in striving to hide, she reveals all her Flame,

And our Eyes tell each other, what neither dares Name.

Si el Amor es una dulce pasión ¿por qué atormenta?
Si es amargo, oh dime ¿de dónde viene mi alegría?
Ya que sufro con placer,¿ por qué debo quejarme,
o afligirme por mi destino, cuándo se que es en
vano?
Pero el dolor es tan placentero , tan suave es el dardo,
que al mismo tiempo que me hiere hace cosquillas a mi corazón.
Yo aprieto sus manos suavemente, mirando lánguidamente hacia abajo,
Y por el silencio apasionado yo doy a conocer mi amor.
Pero ¡oh! Me siento bendecido cuando ella tiernamente demuestra
algún error voluntario para descubrir su amor.
Cuando esforzándose por esconderlo, revela toda su llama.
Y nuestros ojos nos dicen eso que ninguno se atreve a nombrar

 

.… o por qué una sola noche encantadora da más deleite que cien días afortunados.

One charming Night
Gives more delight,
Than a hundred lucky Days.
Night and I improve the taste,
Make the pleasure longer last,
A thousand several ways.

Una coche encantadora
da más deleite,
que cien días afortunados.
La noche y yo mejoramos el sabor,
Hacemos durar más el placer,
de mil distintas maneras.

 

He mojado la magdalena en manzanilla, pero tampoco es cuestión de que se reblandezca, acabe dentro de la taza y me salpique en la caída. Cualquier tiempo pasado NO fue mejor, al menos, quiero pensar eso.